PROSPECTIVAS INTERNACIONALES PARA EL ISLAM Y EL CRISTIANISMO |
Roma, Italia,
Diciembre de 1985 |
En el
nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso.
Alabado sea Al-lah Todopoderoso por cuya gracia
ha sido posible este encuentro internacional, que espero deje su indeleble e
inspiradora huella en nuestra memoria, y que Sus bendiciones sean para con todos
aquellos que participamos de este magno evento, en especial para los
organizadores por su respeto y estima.
Los mensajes divinos, particularmente los
revelados a Jesús y Muhammad, son la piedra angular del plan trazado por Al-lah
para garantizar el bienestar del hombre en esta vida y la del más allá,
alejándolo de las oscuras sendas del extravío y proveyéndole la guía que lo
conduzca a vivir prospera y correctamente.
Al-lah escogió a un grupo de profetas y
mensajeros a quienes asignó la misión de guiar a la humanidad, educando sus
almas mediante la prédica y la admonición, y erguiendo infranqueables baluartes
cuyo corazón resguarde sus derechos, su familia y su honor.
Pero la llave que abre las puertas hacia el
éxito de este cometido es la certeza absoluta en el Dios Todopoderoso y Único
digno de adoración, hacia lo cual tanto Jesús, el Ungido hijo de María como
Muhammad, el Sello de los Profetas nos han conducido.
Partiendo de la realidad de la aseidad del Dios
Único y Verdadero, resulta lógica la idea de una religión[1]
única, cuyos fundamentos hayan permanecido inmutables a través del espacio y el
tiempo, tal como fue revelado en el Glorioso Corán:
“Os ha
sido ordenado como parte de la práctica de adoración que le fue encomendada a
Noé y que te hemos inspirado, y a Abraham, a Moisés y a Jesús, que
establecierais firmemente el dín
y no os dividierais” (Corán 42: 13).
A este
respecto el Profeta Muhammad fue enfático cuando dijo:
“Provenimos
de una misma fuente y nuestra fe es una, pero hemos traído leyes diferentes”.
Estas
palabras confirman el vínculo fraternal que une a los profetas, quienes de
manera sucesiva cumplieron con la misión de velar por el bienestar de la
humanidad, adaptando las formas y los métodos a las circunstancias y realidades
particulares de cada pueblo y época, sin invalidar los cimientos legados por sus
antecesores sino que los refuerzan y yerguen sobre ellos la materialización de
la Revelación de Al-lah.
Abraham
fue el encargado de colocar las primeras bases de esta casa, combatiendo la
idolatría e izando las banderas del monoteísmo, las cuales fueron heredadas por
Moisés, Jesús… y Muhammad, Último de los Profetas y Sello de la Profecía, quien
en este contexto afirmó:
“Los
profetas que me antecedieron y yo somos como una hermosa casa en la que han
reservado un espacio en una esquina para la piedra que completa su perfección y
en la que todo aquel que la admira pregunta: ¿Dónde está lo que le falta? ¡Yo
soy esa piedra, soy el último de los profetas!”.
Esta
analogía describe claramente el camino mediante el cual Al-lah ha perfeccionado
Su dín y demuestra que la misión profética de cada uno de ellos, desde
Adán hasta Muhammad, está enraizada en el corazón mismo del Omnipotente Creador,
Fuente y Origen de toda creencia verdadera quien nos ordena:
“Decid:
Creemos en Al-lah, en lo que se nos ha hecho descender, en lo que se hizo
descender a Abraham, a Ismael, a Jacobo y a las tribus, en lo que le fue
entregado a Moisés y a Jesús, y en lo que le fue dado a los profetas de parte de
su Señor. No hacemos distinciones entre ellos pues estamos sometidos a Él.”
(Corán 2: 136)
En cada uno de los mensajes revelados por Al-lah
se encuentra presente la necesidad de la certeza absoluta de Su aseidad y Su
voluntad como punto de partida de cualquiera de los asuntos que nos incumben en
esta vida y en la próxima.
La misión de todos y cada uno de los profetas
fue edificar los cimientos sobre los cuales se yergue el mensaje universal del
Dios Único, por lo que los principios y valores de los que fueron portadores no
estaban circunscritos a un grupo de gente ni a un tiempo determinado sino que
son ilimitados en el espacio y el tiempo, tal como es el caso de Jesús y
Muhammad, cuyos mensajes trascendieron los confines de Jerusalén y de la Meca e
iluminan hasta nuestros días los corazones de toda la humanidad.
Dijo Jesús acerca de su misión profética: “No
envió el Dios Único a Su criatura al mundo para que le condene, sino para que le
salve… Yo soy la luz que ha venido al mundo para que aquel que cree en mí no
perezca en las tinieblas.”[2]
Y el Noble Corán acerca de Muhammad:
“No te hemos enviado sino como misericordia
para los mundos” (Corán: 21:107).
Es tangible el éxito alcanzado por sus misiones
proféticas, pues sus mensajes se encuentran ampliamente extendidos por todo el
mundo. Sin embargo como resultado de los avances en la ciencia y la tecnología
el hombre se ha visto enfrentado a una gran cantidad de productos y servicios
que le proporcionan lujos, facilidad y falsa felicidad con los que engrandecer
sus sentimientos de hedonismo a costa de la destrucción de la escala de valores
con la que, desde los albores de la vida, Al-lah le proveyó.
Esta grave pérdida de la conciencia de la
aseidad del Creador conduce al hombre a través de las oscuras sendas de la
ansiedad, a una velocidad directamente proporcional al incremento de los logros
materiales de sus metalizadas sociedades, impactándolo contra los muros de las
falsas promesas de la civilización de las máquinas y lanzándolo al profundo
abismo de la confusión moral, la barbarie y el engaño.
Perdido en medio de la jungla de la inconciencia
e incapaz de percibir la luz de la creencia verdadera en Al-lah y la guía de Sus
valores espirituales, el hombre se adentra en los tenebrosos caminos del
desconsuelo que lo conducen directo a las fauces del más cruel frenesí, caos y
dolor.
Tristemente, la esperanza es un concepto poco
familiar en las modernas generaciones acostumbradas a ir por el mundo recogiendo
los vestigios de sus destruidos sueños, lo cual ha producido en ellos un enorme
vacío imposible de llenar, aún con los incontables pero fútiles placeres que
dentro de los confines del mitológico Baco pudieren encontrar. Pero esta
frenética y destructiva búsqueda de un escape a la
realidad de sus frustraciones solo les hace hundirse en las arenas movedizas de
sus bajos instintos, convirtiéndolos en seres aún más peligrosos y despreciables
que las más feroces y viles de las bestias.
El mundo material, sus recursos y placeres
deberían estar siempre al servicio y bajo el control de los seres humanos y no
al contrario. ¿Quién es el responsable de esta inversión de valores: La esencia
y los principios del dín
de Al-lah o incapacidad del estamento clerical para conducir sus rebaños por el
camino seguro hacia la luz del Creador?
El camino al cual invita el mensaje del Dios
Único y Verdadero constituye una guía para los extraviados, una fuente universal
de bondad y una vera recta para quienes se esfuerzan por llevar una vida digna y
feliz. Pero esta comunión perfecta del ideal y la finalidad divinos se ha visto
opacada por conveniencieras y distorsionadas interpretaciones y superficiales
reflexiones que han alejado al hombre de la senda de amor y paz por la que solía
transitar.
La doctrina que el Amo del universo ordenó
seguir nunca ha fallado en satisfacer las necesidades materiales y espirituales
de la humanidad, y Sus palabras, colocadas en los labios de Jesús, Muhammad y
todos los demás profetas y mensajeros protegen al hombre de los embates de su
desbordado hedonismo, garantizándole un camino colmado de éxitos en esta vida y
la del más allá.
Nuestra misión como pastores del rebaño de
Al-lah y herederos de Sus revelaciones es portar la antorcha que ilumine los
caminos de la humanidad y rescate a quienes se han extraviado en las oscuras
sendas del desacierto, sin claudicar ante nuestras debilidades. Estamos llamados
a revisar nuestros pasos y reconocer nuestras faltas para así poder corregirlas
y seguir adelante en nuestra empresa.
Es importante tomar en cuenta que generalmente
quienes abandonan los caminos del Dios Único no lo hacen porque sus corazones
hayan perdido la certeza de Su aseidad o porque exista una animadversión hacia
Él, sino porque sus mentes se rehúsan a seguir las ideas de quienes han
renunciado a todo razonamiento coherente y se abandonan a su suerte en las
turbulentas mareas del fanatismo.
Es nuestro el menester de cultivar el valor, la
sabiduría y la sinceridad necesarios para enfrentar las vicisitudes de este
cometido y sobre todo a quienes faltos de moral y fe han rechazado con desprecio
el mensaje del Todopoderoso. Somos los hábiles cocineros encargados de preparar
deliciosos y nutritivos manjares que satisfagan y alimenten el alma y la mente,
los diestros galenos que con amor y buenas maneras engrandecen al hombre
haciéndolo cada día un mejor ser humano.
No hemos sido llamados para juzgar la sinceridad
de la creencia de nuestros congéneres, pues ello corresponde solo a Al-lah, el
Único Conocedor de lo que esconden los pechos de los hombres, ni para condenar,
pues la infinita misericordia del Clemente acepta el arrepentimiento puro a
cambio de nuestras faltas, tal como lo dijeron Jesús y Muhammad: “Habrá más
gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente que de noventa y nueve justos
que no necesitan arrepentimiento… Porque el hijo del hombre no ha venido para
destruir a la humanidad sino para salvarla... Misericordia quise y no sacrificio” [3] y “Ciertamente, El Dios Único y
Majestuoso extiende Su mano durante la noche aceptando el arrepentimiento de las
faltas cometidas durante el día, y hace lo propio durante el día para con las
faltas cometidas durante la noche”[4].
Debemos tomar en cuenta las transformaciones
sufridas por la naturaleza del hombre, quien en el pasado aceptaba
complacientemente toda información proveniente de sus guías espirituales sin
cuestionarla o argumentarla, pero que hoy, luego de haberse liberado de su yugo
mental, indaga, critica y juzga libremente aquello que a sus manos llega, en
especial lo que a doctrinas, dogmas y opiniones religiosas se refiere,
rechazando lo que no satisfaga la balanza de su intelecto y su conocimiento
científico.
Ha llegado el momento del cambio, de enmendar
nuestro camino dejando atrás todo aquello que se oponga a la razón y empañe o
distorsione el brillo de la verdadera esencia del Mensaje del Creador del
universo.
Es necesaria una transformación en la manera de
predicar nuestra fe, un camino que asegure el éxito de nuestra causa, seguir el
ejemplo de Jesús y Muhammad, quienes lanzaron su llamado desde el sentido común,
con argumentos sólidos y una conducta ética intachable. Las acciones y la
estrecha relación con su Creador fueron el reflejo de la profunda convicción del
Ungido hijo de María en su creencia, misma que lo llevase a reconocer la
profecía de Muhammad, mucho tiempo antes de su advenimiento, tal como lo narra
el Noble Corán:
“Y cuando dijo Jesús, hijo de María: ¡Hijos
de Israel! Yo soy el Mensajero que Al-lah ha enviado ante vosotros para
confirmar la Tora que ya reposaba en vuestras manos y anunciar el advenimiento
del enviado que me sucederá cuyo nombre es Ahmad[5]”
(Corán 61:6).
Pero difícilmente encontraremos en nuestros
tiempos personas que reúnan las cualidades de estos excelsos seres.
En el pasado el Divino Mensaje del Sustentador
del universo se extendió rápidamente pese a la poca educación de la gente dado a
que sus corazones se encontraban abiertos, prestos a escuchar y atender las
enseñanzas de los profetas y los mensajeros, y a que sus ídolos no eran más que
figuras de madera o piedra que sucumbían ante las primeras señales del despertar
de la fe verdadera.
Pero hoy las cosas han cambiado y los ídolos
ante los que se enfrenta el hombre ya no son solo frías estatuas sino feroces
demonios con piel de deseo y retorcidas ideologías y doctrinas armados con
modernos medios masivos de comunicación, ante los cuales muy pocos pueden
resistirse.
El abismo entre el mundo moderno y el camino que
conduce a Al-lah es cada día mayor dado que la fe y el amor agonizan mientras el
egocentrismo y la anarquía se pasean rampantes sobre la faz de la tierra.
Gran número de países se encuentran sumergidos
en cruentas guerras civiles o feroces enfrentamientos con sus vecinos en los que
miles de vidas son ahogadas en interminables baños de sangre y pueblos enteros
son devastados mientras la Organización de las Naciones Unidas y sus cuerpos
colegiados proclaman su compromiso a favor de la paz y se ensoberbecen ante el
mundo con tibios pronunciamientos y tímidas condenas, siendo especialmente
escandaloso ver como el Consejo de Seguridad, con sus largos y repetitivos
discursos sobre el restablecimiento de la paz y la defensa de los derechos
humanos, se sume en la completa inactividad ante las presiones de las grandes
potencias, frustrando todo loable propósito y truncando toda acción que evite
las injusticias contra los oprimidos.
Si el hombre retirase la venda que cubre sus
ojos podría darse cuenta de los beneficios que la senda del Todopoderoso Creador
del universo le ofrece y de la necesidad de encender la llama de la cooperación
y la tolerancia, la cual deberá ser portada por almas benevolentes con férrea
voluntad, una profundamente enraizada fe en su Creador, con conciencia
suficiente de la realidad de su entorno y un profundo sentido del trabajo.
Las banderas del mensaje de nuestro Majestuoso
Sustentador necesitan ser portadas por diestros guerreros y por ello es el
momento de vestir las armaduras del iman y servir a esta causa
desenvainando las espadas de la cooperación y construyendo un mundo mejor dentro
de las murallas protectoras de una fe racional. Al-lah ha colocado a nuestra
disposición las más poderosas armas: El amor, la sabiduría y el conocimiento, a
fin de lograr una revolución espiritual, tal como nuestros padres Abraham,
Moisés, Jesús y Muhammad lo hicieron.
El Sello de los Profetas y Último de los
Mensajeros dijo: “Al despertar de cada siglo, Al-lah envía a este pueblo
quien renueve su din”[6]
es decir, quien lo libere de la ignorancia, la exageración y la confusión, y
tengo la certeza de que en nuestros tiempos, los elegidos son quienes se
esfuerzan por hacer de la cooperación y la fraternidad una realidad.
Pero para materializar este sueño es necesario
ser consientes de que no existe cooperación posible por fuera del entendimiento
y el reconocimiento mutuo de los principios, valores y objetivos fundamentales
de nuestra fe y de que el único camino para lograrlo es el conocimiento profundo
de la misiva que el Creador del universo nos envió a través de Sus mensajeros y
profetas, lo cual constituye el más valioso tesoro de la humanidad.
Son numerosos los pasajes del Noble Corán
dedicados a enaltecer a Jesús y a describir sus enseñanzas y milagros, pero en
especial en tres de sus suras: La Mesa Servida, en honor a la Última Cena,
María, en honor a su santísima madre, y La Familia de Imram, en honor a su
familia materna, son narrados hechos importantes de su vida, tales como su
concepción y nacimiento milagrosos:
“Y cundo dijeron los ángeles: ¡María! Al-lah
te ha elegido, te ha purificado y te ha dignificado entre las mujeres de los
mundos. ¡María! Conságrate al servicio de tu Señor, adórale y póstrate con los
que se postran… Y cuando dijeron los ángeles: ¡María! Ciertamente Al-lah te
anuncia la buena nueva de Su verbo, cuyo nombre será el Ungido, Jesús hijo de
María, quien será distinguido en este mundo y el del más allá, y será de los
cercanos a Al-lah.” (Corán 3: 42-43, 45)
Estas son las enseñanzas que durante más de
catorce siglos el Noble Corán ha transmitido a los musulmanes, animándolos a
amar y respetar al Profeta Jesús, y a seguir su mensaje.
Dice Al-lah en Su Libro Luminoso[7]:
“Encontrareis que los más hostiles hacia los
creyentes son los judíos y los paganos, y que los más próximos en afecto son los
que dicen: Somos nazarenos. Eso es porque entre ellos hay hombres de pastorado y
de veneración que no son soberbios.” (Corán 5:82).
Hemos visto algunos ejemplos de la forma en la
que el Islam extiende su mano a la cooperación y la hermandad con los Nasara
y en la que el Corán da testimonio del origen divino del Ungido hijo de María y
de su misión profética. ¿No deberían los cristianos actuar de manera recíproca
reconociendo la realidad del Profeta del Islam y de su mensaje, y brindando su
afecto a los musulmanes en aras de alcanzar el mutuo entendimiento?
La Madre Iglesia ha dado el primer paso y ha
extiendo su mano fraterna al Islam en un hecho sin precedentes, que se yergue
sublime y valeroso ante los ojos del Creador y de Sus mensajeros y profetas, y
del que deberíamos hacer eco por el bien de la paz mundial y de la hermandad que
Jesús y Muhammad trajeron a la humanidad.
Han pasado muchos siglos desde los días de las
cruzadas, en los que la Europa católica se alzó a sangre y fuego en tierras
musulmanas creando una brecha entre los herederos de dos hermanos de fe, la cual
se ha profundizado hasta convertirse en un insalvable abismo gracias a los
embates del colonialismo y el imperialismo.
Hoy, cuando la humanidad se encuentra al borde
su destrucción, debemos abrir los ojos y reconocer a nuestros hermanos, como
Muhammad y Jesús lo hicieron; y entender que este mundo no es más que el camino
que debemos andar para llegar a la que será nuestra vida real, a la existencia
eterna, que el grado de cumplimiento de nuestros deberes terrenales y divinos
nos afectan en este mundo y en el del más allá, y que el orgullo, la avaricia y
el materialismo son la calzada amplia y el camino florido que nos conducen a la
aflicción y a la pobreza en esta vida y en la última. Dice Al-lah en Su Noble
Libro:
“El hombre solo obtendrá aquello por lo que
se haya esforzado; y sus acciones serán examinadas y retribuidas con una colosal
recompensa” (Corán 53: 39-41).
Al-lah ha confiado al hombre la responsabilidad
de trabajar de forma honesta para crear un mundo plural, en donde todos podamos
vivir en un ambiente de cooperación y entendimiento. Es por ello que ha ordenado
a los musulmanes amar al Profeta Jesús y a su madre, conocer a fondo su mensaje,
ofrecer nuestra mano en señal de amistad y acogida a sus seguidores e invitarles
a seguir nuestro ejemplo respondiéndonos de manera reciproca.
Nuestra historia es como la de dos hermanos a
quienes el destino separó inclementemente dejándolos abandonados a su suerte en
medio de la selva, pero un día, cada uno en su camino, divisa lo que parece ser
un gran animal y mientras profundamente atemorizado se acerca para darle muerte
se da cuenta que aquello que a la lejanía semejaba ser una feroz bestia era en
realidad su amado hermano, carne de su carne, ser de su ser y esencia de su
propia esencia.
No puedo insistir más en la necesidad urgente de
estrechar nuestros lazos de cooperación y hermandad sin caer en la redundancia,
pero confío plenamente en que la fe y la benevolencia resultarán victoriosas.
Estamos en el momento justo para hacer
prevalecer sanamente nuestra fe en el Dios Único y Omnipotente pues los tiempos
del sectarismo fanático y del extremismo han llegado a su inevitable fin. El
din verdadero reúne la razón y el conocimiento, que constituyen los
parámetros para determinar el grado de aceptabilidad de toda premisa, con las
magnánimas gracia y bondad provenientes de la Fuente de la que todo saber emana,
constituyendo el único camino que puede conducir al hombre a hacer de este mundo
un paraíso terrenal.
Que Al-lah nos ayude a servirle y a Su creación,
a mantenernos en la senda del camino recto y a seguir de la mejor manera lo que
aquí hemos escuchado. Alabado sea Al-lah, el Señor de los mundos.
[1] Entiéndase como el conjunto de creencias o
dogmas a cerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella
y de normas morales para la conducta individual y social, más no de prácticas
rituales dado que estas han variado a través del tiempo, de los pueblos y de las
diferentes revelaciones.
[3] La Santa Biblia (Versión Reina Varela).
Evangelio según San Lucas (15: 7), (9:56) y Oseas (6:6) respectivamente.
[4] Transmitido por Abu Musa (Sahih Muslim).
[5] Ahmad es uno de los epítetos del Profeta
Muhammad que significa “el más agradecido”.
[6] Narrado por Abu Huraira.
[7] Ibídem al 7