EL ISLAM Y LA TOLERANCIA RELIGIOSA
Universidad de Milán, Italia
Diciembre de 1985

En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso.

 

Queridos hermanos, os saludo con la salva del Islam, “As-salamu alaikum” (Que la paz sea con vosotros), que representa el sincero esfuerzo de los creyentes por extender el amor y la tolerancia entre los hombres, sea cual fuere su idioma, credo o tendencia ideológica.

 

Es densa la nube de desconocimiento, prejuicios e ideas erróneas que, acerca del Islam, se cierne sobre Occidente en general y sobre sus gobernantes y autoridades religiosas en particular. Muestra de ello es la popularización de creencias como que el Islam se extendió por medio de la espada y por lo tanto es sinónimo de opresión, coerción, intolerancia y extremismo, es decir, la viva antítesis de todo derecho y libertad humanos, lo cual hace necesaria una evaluación profunda y objetiva de la información, y la destrucción inmediata de todo estereotipo que empañe la verdad, tal como lo muestra la Guía Luminosa de Al-lah[1]:

 

¡Creyentes! Si alguien que no es digno de confianza os trae una noticia aseguraos de su veracidad, no sea que por ignorancia causéis daño y tengáis que arrepentiros de vuestros actos” (Corán 49:6)

 

El monoteísmo es el cimiento sobre el cual se yergue radiante el Islam, lo cual convierte a la tolerancia en uno de sus balaustres fundamentales.

 

El Islam significa literalmente paz y representa la única forma de alcanzar el estado de ataraxia absoluta, la completa sumisión ante el Dios Único y Todopoderoso, por lo que la tolerancia religiosa, entendida como la cristalización del derecho fundamental al libre pensamiento y creencia, no puede ser rechazada sin colocar en grave peligro la supervivencia misma de la humanidad.

 

Son incontables  los ejemplos del espíritu de respeto y reconocimiento que yacen en el corazón del islam, sin embargo, a modo de ilustración, traeremos a colación algunos de ellos:

 

1.      El Islam establece de forma clara y rotunda que la humanidad es una gran familia dado que posee un origen único es decir, todos los seres humanos fueron creados a partir de una sola alma. Dice Al-lah en Su Discernimiento Claro[2]:

 

¡Oh Gente! Sed temerosos de vuestro Señor que os creó a partir de un solo ser, y de él a su pareja, y de ambos a muchos hombres y mujeres” (Corán 4:1) 

 

Dado que toda la humanidad forma parte de la gran familia de Al-lah, el Islam proclama la igualdad y respeto absolutos entre los seres humanos, sin distinción de raza, color, sexo, condición social o tendencia ideológica, y coloca como única balanza de juicio entre ellos su grado de piedad y temerosidad ante su Señor, Quien declara:

 

¡Gentes! Os hemos creado a partir de un varón y una hembra, y os hemos hecho pueblos y tribus para que os reconocierais mutuamente. Ciertamente que ante Al-lah el más noble de entre vosotros es quien más le teme. Y Al-lah es Sabio y Conocedor” (Corán 49: 13)  

 

La individualidad y originalidad de cada ser humano son características inherentes a toda la humanidad, por lo que las diferencias que las determinan deben ser entendidas como la más grande bendición del Soberano, siendo nuestro menester traspasar los límites de la coexistencia cotidiana y aventurarnos en la búsqueda del entendimiento y la cooperación que estrechen y fortalezcan de manera definitiva nuestros lazos de fraternidad.

 

El Profeta Muhammad nos enseña que la humanidad es la gran familia de Al-lah y que a quien Él más ama es a quien más beneficia a sus congéneres. 

 

2.      El concepto de justicia que Al-lah ha prescrito a los hombres se encuentra más allá de toda barrera surgida a partir de las diferencias que hacen de cada ser humano un ente único e inimitable, tal como lo expresa en Su Noble Mensaje[3]:

 

Cuando juzguéis entre los hombres, hacedlo con justicia. Verdaderamente es bueno aquello a lo que Al-lah os exhorta” (Corán 4: 58) 

 

Y va más allá cuando dice:

 

¡Creyentes! Sosteneos firmes en la causa de Al-lah dando testimonio con equidad. Y que el odio que podáis albergar en vuestros corazones no os aleje del camino de la justicia. Sed justos, pues eso es lo más cercano a la piedad. Y temed a Al-lah pues Él conoce perfectamente vuestros actos.” (Corán 5:8)  

 

3.      La universalidad del Islam, que abarca a todas las revelaciones provenientes del Dador de la Vida que fueron transmitidas a través de los diferentes mensajeros y profetas, remonta su origen a la esencia misma de la Unicidad del Dios Omnipotente y Todopoderoso, y de Su mensaje, tal como lo confirma en Su Palabra[4]:

 

Os ha sido ordenado como parte de la práctica de adoración que le fue encomendada a Noé y que te hemos inspirado, y a Abraham, a Moisés y a Jesús, que establecierais firmemente el dín y no os dividierais” (Corán 42: 13).

 

Para el Islam, la aceptación de la Unicidad del Todopoderoso es inherente a la certeza absoluta de Su aseidad y la de Su decreto, y a la práctica sincera de la adoración hacia Él; y la esencia de los mensajes que le fueron confiados a Sus heraldos y profetas, el llamado a la adoración del Dios Único, trasciende las barreras del espacio y el tiempo.

 

Al-lah declara contundentemente en Su Revelación[5] que aquellos que se sometan a Él y a la realidad de Su identidad percibirán claramente la unidad del mensaje portado por Sus heraldos y sus corazones se abrirán ante ellos.

 

El Mensajero, cree firmemente de lo que se le ha hecho descender procedente de su Señor. Y los creyentes poseen la certeza en Al-lah, en Sus ángeles, en Sus libros y Sus enviados sin hacer distinciones entre ellos, y dicen: “Oímos y obedecemos, perdónanos oh Señor nuestro pues a ti hemos de regresar” (Corán 2:285)

 

La tolerancia religiosa es una realidad visiblemente representada en el cuerpo mismo del Noble Corán, dado que su corazón alberga la esencia de la Tora de Moisés y del Evangelio de Jesús (incluidos algunos pasajes su vida que no aparecen en el Evangelio), así como las historias de muchos otros profetas y mensajeros que el Protector del universo envió ante la humanidad con Su albricia como muestra de Su amor y misericordia para con los hombres. Al-lah dice en Su Declaración Justa[6]:

 

Hicimos descender para ti el Libro con la verdad que confirma y protege aquello que de las Escrituras ya reposaba en sus manos” (Corán 5:48) y “Hay en sus historias enseñanzas con completa vigencia para hombres de entendimiento, la confirmación de lo que ya tenían entre sus manos, la explicación precisa para todo, la guía y la misericordia para quienes creen” (Corán 12:111).

 

4.      El Noble Corán da testimonio de los lazos de fraternidad que unen a los musulmanes con los judíos y los cristianos, a quienes llama “La Gente del Libro” en referencia a que son los herederos de las revelaciones anteriores: la Tora y el Evangelio, los cuales surgen a partir de la creencia común en el Dios Único, en Sus revelaciones y en la autenticidad de la cadena profética. Pero enfatiza en la cercana relación entre los seguidores de Jesús y Muhammad:

 

… Encontraréis que los más próximos en afecto a los creyentes son los que dicen: Somos nazarenos.” (Corán 5:82).

 

En Su Revelación, Al-lah exhorta a los musulmanes (y en general a todos los creyentes sinceros) a creer en Jesús, Moisés y en todos Sus profetas y mensajeros, dado que fueron enviados como la demostración viva de la piedad del Misericordioso para con Sus criaturas:

 

Decid: Creemos en Al-lah, en lo que se nos ha hecho descender, en lo que se hizo descender a Abraham, a Ismael, a Isaac, a Jacobo y a las tribus, en lo que le fue dado a Moisés y a Jesús, y en lo que de manos de su Señor le fue dado a los profetas, sin hacer distinciones entre ellos, pues estamos sometidos a Él” (Corán 2:136) 

 

Pero este respeto y consideración de los musulmanes no se circunscribe a los judíos y los cristianos, sino que se extiende y abraza cálida y amorosamente a todo aquel que crea sinceramente en la Verdad, la realidad del Dios Único, Todopoderoso y Omnipotente, quien extiende sobre ellos su gracia sin más distinción que la piedad que alberguen sus corazones:

 

Ciertamente, los creyentes y los judíos[7], los nazarenos y los sabeos[8], que poseen la certeza en Al-lah y en el Último Día y actúan correctamente, tendrán su recompensa ante su Señor y no temerán ni se entristecerán.” (Corán 2:62)  

 

En verdad que para quienes se someten, creen, obedecen, son veraces, pacientes, humildes, quienes dan con sinceridad, ayunan, son pudorosos y mantienen siempre presente Su recuerdo, Al-lah les depara el perdón y una enorme recompensa.” (Corán 33:35)    

 

5.      El Islam acepta, respeta y promueve el derecho de todo ser humano a pensar y creer libremente, y el texto coránico y la vida del Profeta Muhammad son pruebas fehacientes de ello.

 

En el tiempo del Último Profeta y de sus compañeros, las sociedades islámicas estuvieron cimentadas sobre la base del amor, la misericordia, la justicia y la hermandad; y la aceptación e interiorización del mensaje del islam en los corazones de sus pobladores fue el fruto del ejercicio pleno del raciocinio, la convicción y la satisfacción, nunca de la violencia, la compulsión o la opresión, tal como lo ordena Al-lah:

 

No hay coacción en la práctica de la adoración pues la verdad y el extravío son claramente diferenciables. Quien rechace los falsos ídolos y crea en Al-lah se habrá sujetado al más fuerte de los asideros” (Corán 2:256) 

 

Entre las consecuencias prácticas del ejercicio de este derecho se encuentran la aceptación del carácter sacro de los lugares de culto y el menester de su defensa en igualdad de prerrogativas y obligaciones, a fin de establecer una sociedad en la que reinen el pluralismo, la libertad y la responsabilidad.

 

De no haberse valido Al-lah de unos hombres para combatir a otros, habrían sido destruidos los sawami’u[9], bai’un[10], oratorios[11] y mezquitas[12], en donde constantemente se recuerda Su nombre.” (Corán 22:40) 

    

6.      El Islam obliga a los musulmanes, no obstante las diferencias de culto, a mantener una relación de respeto mutuo y amabilidad con los demás creyentes, y a emprender un debate abierto y franco cuya única finalidad sea el esclarecimiento de la realidad de Al-lah y Su mensaje, evitando siempre la hostilidad y la violencia:

 

No discutáis con la Gente del Libro sino de la mejor manera” (Corán 29:46)

 

Este dialogo debe ser emprendido a partir del reconocimiento del Dios Único y Verdadero, Juez y Sabio Conocedor de lo oculto y lo evidente:

 

Llamad con sabiduría y buena exhortación al camino de vuestro Señor y convenced de la mejor manera, ciertamente Él conoce a quien se desvía de Su senda y a quienes guardan Su guía.” (Corán 16:125)

 

Incluso en los casos en que los musulmanes deban enfrentarse a la hostilidad de sus interlocutores, el camino a seguir será el de la bondad, la paz, la unidad, la paciencia y la amabilidad:

 

No son iguales el bien y el mal. Responded con bondad y aquel a quien tengáis por enemigo os responderá con una calurosa amistad.” (Corán 41: 34)

 

Un análisis objetivo de los períodos iniciales de la historia musulmana puede darnos una visión clara de las consecuencias prácticas del espíritu de tolerancia  promovido por el Islam, la cual se opone diametralmente a la errónea pero popularizada  concepción de Islam y musulmán como sinónimos de intolerancia y extremismo.

 

Durante su vida como líder religioso y jefe del estado, el Profeta Muhammad mostró un profundo respeto y sensibilidad en su trato hacia la gente del Libro, y siguiendo la Guía que le fue otorgada instó a los musulmanes a tratar de buena forma al resto de los creyentes, llegando a incluso a afirmar que quien dañase a un judío o a un cristiano sería su enemigo en el Día del Juicio. 

 

Uno de los pilares sobre los que se edificó la construcción del primer estado islámico, a la llegada del Profeta a Medina[13], fue la suscripción de un acuerdo  que reglamentaba las relaciones entre los musulmanes y la Gente del Libro que habitaban en aquella ciudad, en el que se garantizaba a las partes la completa libertad de culto bajo igualdad de derechos y deberes.

 

Cuando la delegación cristiana procedente de Abisinia[14] (Etiopía) hizo su arribo a Medina, el Mensajero de Al-lah les alojó en su mezquita y les atendió personalmente como agradecimiento por la generosidad y deferencia que habían mostrado hacia sus compañeros.

 

De igual modo fue atendida la delegación de cristianos de Najran[15], región ubicada al suroeste de la Meca, a quienes además les invitó a realizar sus actos de adoración en una de las alas de la Mezquita, reservando la otra para los musulmanes. Durante su estancia en Medina, los integrantes de esta comitiva sostuvieron largas discusiones con el Profeta, quien de forma amable y educada les expuso la posición del profeta Jesús en el Islam.

 

A su ingreso a la Ciudad Santa de Jerusalén, luego de haberla liberado del dominio del imperio romano, Umar ibn Al-Khatab, el Segundo Califa, atendió a las demandas de los habitantes cristianos.

 

Un día, mientras Al-Faruq se encontraba de visita en el Santo Sepulcro, sobrevino el tiempo para el azalá del medio día, por lo que sus anfitriones le ofrecieron llevarlo a cabo en el templo, pero él cortésmente rechazó la invitación previniendo que los musulmanes de generaciones futuras convirtiesen aquel lugar en una mezquita.

 

Una mujer egipcia perteneciente a la secta cristiana copta se quejó ante el Segundo Califa porque el gobernador musulmán Amr ibn al-As había tomado los terrenos sobre los que se encontraba construida su casa para anexarlos a la mezquita colindante. Al recibir la noticia Umar llamó a descargos a Amr quien le informó que debido al rápido crecimiento del número de musulmanes había sido necesaria la ampliación de la mezquita y dada la negativa de la mujer a aceptar la fuerte suma de dinero que le habían ofrecido, su casa fue expropiada y el monto fue depositado en un fondo para que ella dispusiese libremente de él. Aunque las leyes modernas contemplan esta figura jurídica Umar, siguiendo las enseñanzas del Islam, no la aceptó y ordenó que se detuviesen los trabajos y se reconstruyese la casa de la mujer.

 

El Jizyah, impuesto que los no musulmanes deben pagar en los territorios musulmanes a cambio de protección y acceso a los servicios del estado que garanticen el bienestar de sus comunidades, es equiparable en beneficios pero menor en cuantía que el Zakat pagado por los musulmanes; no obstante, en los casos en los que el estado musulmán no puede garantizar estos derechos el recaudo es devuelto a los contribuyentes, tal como ocurrió en Homs en el tiempo de la caída de los creyentes en esta ciudad.

 

Mientras transitaba por la calle Umar vio a un vetusto mendigo que suplicaba la caridad de los transeúntes. Ante aquella sórdida imagen se acercó al hombre y le preguntó el motivo de su triste situación a lo que el anciano contesto que él era judío. Tomándole de la mano, el Emir de los creyentes lo llevó a su casa, lo alimentó, le dio dinero y luego lo condujo al erario de los musulmanes a cuyos funcionarios les dijo: “¡Dadle a este hombre del dinero de los musulmanes! ¿O es que acaso está permitido que tomásemos de él, mientras fue joven, el dinero de su Jizyah y le neguemos su derecho ahora que es mayor? ¡Esto no es permisible en el Islam!

 

El hijo del gobernador de Egipto fue derrotado en una carrera por un cristiano copto, a quien con enfado golpeó con su látigo. El joven agraviado presentó ante el Califa su caso y este en frente de todos los musulmanes le dio una fusta y le dijo: “¡Golpea a quien te golpeó!” y acto seguido, dirigiéndose al padre del agresor exclamó: “¡Cómo podéis esclavizar a quien ha nacido libre!

 

La elección de los servidores públicos en los estados musulmanes estaba basada en la cualificación de los candidatos, sin tomar en cuenta sus orígenes o credo. Prueba de ello fue la elección del galeno cristiano Ibn Athal como médico particular de Muawia, el fundador del imperio Omeya, de Atanasio e Isaac como regentes de Egipto en la época de Abdul Malik ibn Marwan, de Nasr ibn Harun como Primer Ministro con autoridad sobre Irak y el sur de Persia en tiempos de Adus al-Dawla, etc.

 

El Islam brinda a los no musulmanes que residen en sus territorios plenas garantías de derecho y una vida digna y honorable,  tal como el Profeta Muhammad dijo: “Quien trate con maldad a un no musulmán o le imponga cargas superiores a las que puede soportar deberá contarme entre sus enemigos”. Prohíbe que se les margine y por el contrario les invita a compartir fraternamente con los musulmanes, como lo ordena Al-lah en su Noble Libro:

 

Hoy se os hacen lícitas las cosa buenas, el alimento de los que recibieron el Libro, así como el vuestro lo es para ellos y las mujeres libres y honestas de entre los creyentes, al igual que las de entre los que recibieron el Libro antes que vosotros siempre y cuando les concedáis sus derechos como vuestras esposas y no las toméis como fornicadoras ni como amantes” (Corán 5:5)

 

Han quedado atrás los días en los que la humanidad aceptaba la ignorancia y la imitación ciega como parte del curso natural de la vida, dando paso a la era de la luz del conocimiento y la verdad. Época en la que el hombre solo acepta aquello que la razón, la lógica y las evidencias científicas apoyan. Pero a pesar de que la humanidad ha alcanzado un alto nivel de desarrollo científico y de prosperidad material, imposibles de imaginar aún por los más visionarios de sus antepasados, se ve enfrentada a la realidad de su destrucción física y espiritual.

 

El hombre se ha olvidado de su Señor y ha abandonado Su guía, siendo este el origen de las dolencias de las civilizaciones modernas, no obstante a través de los tiempos el Creador de los mundos ha enviado a Sus profetas y mensajeros para mostrarles el camino que les conduce a la felicidad y el éxito:

 

No te hemos enviado sino como misericordia para los mundos” (Corán: 21:107).

 

Al-lah insta al hombre a través de Su mensaje a vivir en completa armonía, amor y tolerancia dado que es la única forma compaginar el goce de la seguridad y la gracia del Dios Misericordioso y el disfrute de los beneficios del progreso moderno.

 

De haber guardado en nuestros corazones la esencia de las revelaciones no habríamos sufrido el infierno de las dos guerras mundiales ni estaríamos al borde de una catástrofe nuclear o de una hecatombe medioambiental.

 

Nosotros, hombres y mujeres de fe, debemos despertar y mirarnos a través de los ojos de la fraternidad y del acercamiento. La paz dejará de ser una utopía en el momento en el que unamos nuestras manos y nuestros corazones bajo las banderas del Omnipotente y de Sus heraldos, y emprendamos el camino hacia la construcción de una fe racional que trascienda las barreras del tiempo. Si contamos con el coraje suficiente para hacerlo habremos legado el mejor de los tesoros y nuestra recompensa será el paraíso eterno. 

 

Ha llegado el momento de que los pueblos se unan amorosa y generosamente en la adoración al Dios Único, el Creador del universo, el Compasivo, el Misericordioso y que vivamos las enseñanzas de nuestros amados profetas y mensajeros de acuerdo a las exigencias actuales, fortaleciendo los puntos de acercamiento y debatiendo fraternalmente las diferencias.

 

Que Al-lah nos agracie con Su Guía Luminosa a fin de encontrar la verdad, lejos de los prejuicios y las ambiciones terrenales, y unidos por el espíritu del amor, la tolerancia y la hermandad. Alabado sea Al-lah, el Señor del universo. Que Su paz sea con todos vosotros.

 



[1] Ibídem al 7

[2] Ibídem al 7

[3] Ibídem al 7

[4] Ibídem al 7

[5] Ibídem al 7

[6] Ibídem al 7

[7] Miembros de la tribu de Judá, una de las doce tribus de Israel y seguidores del mensaje del profeta Moisés.

[8] Nombre con el que se les conocía a las personas naturales de Saba (hebreo Sheba y latín Sabaeus), descendientes de Noé por línea Sham-Cush-Raama-Sheba que migraron al Yemen y que se desviaron de la adoración verdadera hasta la llegada del profeta Salomón, durante el reinado de Balkis, cuando retomaron la Senda Recta. En lengua moderna se utiliza para denotar a los seguidores del agnosticismo judeo-cristiano, a los sabeos de Harrán (que comparten origen con los del Yemen)  o a los mandeos de la Mesopotamia (de quienes se desconoce su origen). 

[9] Aunque actualmente el término es entendido como ermita, el significado lingüístico es el de silo, que originalmente eran espacios subterráneos y secos (grutas o cuevas de origen natural o excavadas por el hombre) en los que se guardaba el trigo y que durante muchos años sirvieron como puntos de encuentro para los nazarenos, quienes solían reunirse de forma secreta para llevar a cabo sus actos de veneración, como respuesta a las constantes persecuciones de los romanos y sus aliados: inicialmente los judíos, durante la época comprendida entre el advenimiento de Jesús y el Primer Concilio de Nicea y luego en nombre del llamado catolicismo romano, que nació con Constantino I y que sirve hasta nuestros días como base doctrinal de la Iglesia Católica Apostólica Romana y las que de ella descienden. 

[10] Lugar de ofrenda, homenaje, culto o adoración, coincidiendo con el hebreo bet ha-tefilla y el griego templum. En lengua moderna es entendido como sinagoga, sin embargo este término, que proviene del latín sinagōga y este del griego synagein, es el sinónimo de iglesia (del latín ecclesĩa y este del griego ekklēsia) que significa asamblea o reunión, y da origen al significado lingüístico moderno del vocablo árabe kanisa.      

[11] De la raíz salu, lugar en el que el hombre eleva sus ruegos a su Señor.

[12] De la raíz sayada, lugar en el que el hombre se prosterna ante su Creador.

[13] Conocida como la Hégira, la migración del Profeta Muhammad a la ciudad de Medina, en compañía de su fiel compañero Abu Bakr, tuvo lugar el día segundo del Rabi Al-Awal (20 de septiembre del 622 D.C), fecha que marca el inicio del calendario musulmán.

[14] Esto ocurrió a finales del año sexto o principios del séptimo de la Hégira, cuando una delegación enviada por Negus, Rey de Abisinia, acompaño el regreso de Ya’far, primo del Profeta Muhammad y de sus compañeros a Medina.

[15] El arribo de esta delegación tuvo lugar en el año noveno de la Hégira.