LA ESPIRITUALIDAD EN EL SIGLO XXI
San Francisco, EE.UU
Agosto 15-21, 1990

 

 

En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso, Creador de los cielos, de la tierra y de todo ser viviente.

 

Agradezco a la Asamblea Mundial de Religiones el haberme concedido la oportunidad de participar en este evento y dirigirme a los asistentes con algunas reflexiones  acerca de la espiritualidad en el siglo XXI.


Siempre que el hombre examina con detenimiento el universo que lo rodea y la compleja red de simbiosis que posee, concluye inevitablemente que existe un Creador, Organizador y Sabio Gobernante responsable de todo ello.

 

Hoy que poseemos la capacidad de explorar el espacio exterior, podemos ver aún más claramente la magnitud de la creación de Al-lah y de la privilegiada posición de la que dentro de ella disfrutamos los seres humanos, pues nuestro intelecto es capaz de traspasar la barrera de las simples percepciones físicas y adentrarnos en los aspectos espirituales del universo.

 

La compasión divina se cierne sobre la humanidad a través de seres privilegiados a los que Al-la ha concedido el don especial de ver con sus almas los enmarañados secretos del universo y transmitirlos al resto de los hombres, seres a los que llamamos mensajeros y profetas.

 

En su empeño por alcanzar el conocimiento de su Creador, Abraham rechazó los falsos cultos al sol, la luna y los ídolos ante los que su pueblo se postraba, haciendo suya la certeza de que Al-lah es el Hacedor de todo aquello que manifiesta u ocultamente le rodea.

 

En nuestros días, el hombre moderno ha ampliado mediante sus investigaciones las fronteras de las ciencias, llevando a cabo numerosos descubrimientos que le confirman la grandeza del Sustentador y apaciguan la ansiedad que le produce su incesante búsqueda de la verdadera relación que le une a su Creador. Pero en medio de su desesperación y deslumbrado por el brillo metálico de las máquinas y las monedas, ha perdido su noble propósito, emprendiendo un desesperanzado deambular por las peligrosas sendas de los deseos.

 

No existe esperanza alguna para los seres humanos más allá del camino señalado por los profetas y mensajeros del Dios Único y Eterno, Quien protegió a Abraham de Nemrod y permitió a Moisés separar las aguas del Mar Rojo, a Jesús, dar vida después de la muerte y a Muhammad, desvanecer al ejército pagano con solo un puñado de grava. Estos excelsos seres representan el sumo ideal humano pues les fue concedida la extraordinaria capacidad de apaciguar los deseos de sus almas y permanecer absortos en el amor de su Señor. Sus vidas transitaron las sendas del camino recto, siguiendo los pasos de sus predecesores y confirmando su legado.

 

Crisis y calamidades han azotado a la humanidad a través de su historia, desencadenando un inevitable proceso de decadencia moral que ha minado la estabilidad de la sociedad, el cual se ha hecho especialmente notorio durante el presente siglo y amenaza con agudizarse si no hacemos algo por solucionarlo, regresando a la senda de la verdadera espiritualidad. 

 

Las religiones, que se supone fuente inagotable de espiritualidad, son ahora un completo fracaso gracias al desacierto e inefectividad de algunos de sus líderes para saciar los anhelos de paz de la humanidad. Los progresos materiales, en los que el hombre había depositado gran parte de sus esperanzas de felicidad, han resultado no ser más que columnas de humo, sueños utópicos, efímeros e irreales que al desvanecerse le sumergen más profundamente en la oscuridad de la desesperanza, dejando ver sobre sus pieles las supurantes llagas de los desaforados deseos, la bestialidad y el ateísmo, resultado del azote de sus propias creaciones, la polución, la desertificación, el hambre y la latente amenaza de un holocausto nuclear.

 

Poseo la completa convicción de que el ser humano no puede vivir fuera de las leyes morales y espirituales de su Creador, Único capaz de proveerle la felicidad que tanto anhela; sin embargo ha sido negligente con  el cuidado de su vida espiritual, dando rienda suelta a sus bajas pasiones, apetitos carnales, egoísmo y avaricia, aún en contra de los preceptos de la verdadera fe, y lanzándose en el interminable abismo de la miseria que corroe la sociedad.

 

La solución a los problemas del hombre yace en su retorno a la espiritualidad racional, esencia de las enseñanzas de los profetas y mensajeros de nuestro Majestuoso Creador, que complementa la naturaleza y estructura interna del hombre a través de una compleja red de simbiosis que garantiza el bienestar de su cuerpo y espíritu, proveyéndole la certeza del disfrute de un paraíso terrenal y uno eterno, tal como lo confirma el Noble Corán: “Aquellos temerosos de la comparecencia ante su Señor tendrán dos paraísos” (Corán 55:46)

 

El cuidado espiritual y material del ente humano se funde en sólida comunión formando el cimiento sobre el que se edifica el mensaje del Supremo Constructor; pero si atentamos contra este delicado balance, haremos tambalear la estructura y romperemos el sagrado lazo que une al hombre con su Creador.

 

Muy probablemente la aversión que algunas personas sienten hacia la espiritualidad se debe a la gran parafernalia cultural que en torno a ella se ha tejido o a los cruentos enfrentamientos que dichas innovaciones han causado, los cuales han alejado de sus mentes y corazones los hermosos panoramas que brindan nuestros mundos terrenal y eterno, y empañado los legítimos objetivos del Maestro de maestros para con la humanidad.

 

Pero nosotros, los líderes y promotores religiosos somos los responsables de esta gran calamidad, pues no hemos sabido reconocer o admitir que la esencia y realidad de la divina revelación es una, la cual vino a través de una cadena ininterrumpida de mensajeros y profetas, en la que cada uno confirmó y complementó el mensaje y la misión de su antecesor, sin que existiese contradicción o discordancia alguna entre ellos o se opusiesen en algún momento al sentido común y la lógica.

 

La discordia, que como cizaña se extiende entre los seguidores de los heraldos del Dios Único, nace en los rocosos suelos de las mentes estrechas a partir de la semilla de la ignorancia y es cuidadosamente abonada y regada por la falta de entendimiento frente a la realidad de que las revelaciones provienen de una única fuente y que todas las misiones proféticas fueron confirmación y complemento de sus antecesoras. 

 

Muhammad, el Profeta del Islam, nos hizo una sabia ilustración de este punto a través de una sencilla pero diciente parábola: Los profetas que me antecedieron y yo somos como una hermosa casa en la que han reservado un espacio en una esquina para la piedra que completa su perfección y en la que todo aquel que la admira pregunta: ¿Dónde está lo que le falta? ¡Yo soy esa piedra, soy el último de los profetas!”.

 

 El Noble Corán confirma la unidad y convergencia de las revelaciones en un único y sólido mensaje:

 

Os ha sido ordenado como parte de la práctica de adoración que le fue encomendada a Noé y que te hemos inspirado, y a Abraham, a Moisés y a Jesús, que establecierais firmemente el dín y no os dividierais. Les resulta excesivo a los asociadores aquello a lo que los llamáis. Ciertamente, Al-lah elige para Sí a quien Le place y guía hacia Él a quien a Él se vuelve.” (Corán 42: 13).

 

A través de los tiempos Al-lah envió a profetas y mensajeros para que solucionaran los problemas de su gente, les colmasen de felicidad, tranquilidad y amor fraterno, les instruyesen y les educasen, tal como lo indica la Última de Sus Misivas: “No ha habido nación al que no hayamos enviado un advertidor” (Corán 35:24), dio testimonio, a través de las palabras de Muhammad, de la misión de todos ellos: “Todos los profetas somos hijos de un mismo padre, nuestro dín es uno pero nos han sido entregadas leyes diferentes” y citó numerosos ejemplos de las identidades de Sus enviados y sus cometidos, tales como el de Abraham, quien se alzó en contra de la idolatría y el despotismo, el de José, quién mediante sus sabios planes y medidas económicas salvó a su gente de la desoladora hambruna que amenazaba con cernirse sobre el Gran Egipto y sus alrededores, el de Moisés, hombre de inmensa espiritualidad que liberó al pueblo de Israel del yugo del Faraón, llamándoles al monoteísmo y a la obediencia de la sagrada ley a fin de alcanzar la absoluta felicidad y el de Jesús y su avasalladora victoria sobre el materialismo, que demuestra que el espíritu humano puede vencer cualquier mal, no obstante la permanente amenaza que representan los mundanales apegos del hombre.

 

Transcurría el período de decadencia de los imperios romano y persa, en el que la ignorancia y el despotismo deambulaban altivos apartando a las gentes de la adoración verdadera, cuando Al-lah envió a Muhammad para liberarles del yugo de sus opresores, invitándoles al cultivo de los más altos valores morales a través del ayuno y la oración a fin de hacer realidad el sumo ideal del conocimiento pleno y la purificación del alma. En menos de medio siglo, la historia fue testigo de excepción del cumplimiento de este loable cometido, ya que la mitad de la población del mundo conocido en aquel entonces había sido liberada y habían constituido una sólida hermandad que dio lugar a un gran estado en el que nacieron grandes luminarias, hombres de gran sabiduría, amor por el conocimiento y espiritualidad.

 

Muhammad no vino al mundo con la misión de destruir, sino de complementar el conocimiento establecido por los profetas anteriores, lo cual es descrito en el Corán con las siguientes palabras:

 

Decid: Creemos en Al-lah, en lo que se nos ha hecho descender, en lo que se hizo descender a Abraham, a Ismael, a Jacobo y a las tribus, en lo que le fue entregado a Moisés y a Jesús, y en lo que le fue dado a los profetas de parte de su Señor. No hacemos distinciones entre ellos pues estamos sometidos a Él… No te hemos enviado (Oh Muhammad) sino como misericordia para los mundos” (Corán 2: 136 y 21:107)

 

En su calidad de Profeta y último de los enviados de Al-lah, Muhammad define la esencia de la existencia mundanal del hombre en los siguientes términos: “El amor y la compasión mutuos de los creyentes son como los de las partes del cuerpo, cuando alguna de ellas se encuentra enferma las demás responden con insomnio y fiebre” y llama a la humanidad a hacer del mundo una gran hermandad capaz de construir y disfrutar de un paraíso terrenal antes del paso a la morada celestial.   

 

Hago un llamado a mis colegas, abanderados de las revelaciones divinas, a fin de aunar nuestros esfuerzos a la construcción de una comunidad fraterna con la que podamos hacer de este mundo nuestro paraíso, pues como consecuencia de sus actos, el hombre está siendo azotado por innumerables y atroces calamidades tales como la miseria y la ignorancia, situación que se ve agravada por su fatídica tendencia a dejarse llevar por la nociva influencia de dionisiacos placeres que día a día minan la integridad de la familia, célula a partir de la cual se generan las sociedades, y le condenan a un catastrófico destino, pudiendo en cambio dirigir sus pasos hacia nobles objetivos que le colmen de esperanza y optimismo, y le liberen de su desesperación y angustia.   

 

Es necesario el establecimiento de instituciones de enseñanza que preparen profesionales calificados para tratar hábilmente los males que aquejan al hombre del siglo XXI, para llamar a la humanidad hacia camino que les conduzca a vivir de manera virtuosa, para que sean ejemplo de piedad y buena conducta, y para que salvaguarden los intereses y bienestar de la humanidad y sus sociedades.

 

Debemos sumar nuestras manos a este noble propósito, empleando todos los medios intelectuales, científicos, técnicos y tecnológicos a nuestra disposición, y emprender un dialogo abierto que restaure la fe y la espiritualidad que mediante los profetas nos fueron legadas:

 

Aquellos que hayan obrado de la mejor manera  tendrán su recompensa en esta vida, pero la morada de la Última es mejor ¡Y qué excelente morada la de los temerosos!” (Corán 16:30)

 

Les invito a sembrar  y cultivar esta semilla y a esperar que con la gracia del Todopoderoso las futuras generaciones puedan recoger y disfrutar de los frutos de nuestro esfuerzo.

 

Que la paz sea con vosotros.